Llueve.
Esta
mañana, cuando te has levantado, no has puesto la radio, como haces
siempre. O, quizás sí la has puesto, pero no la has escuchado.
Todavía era de noche y tampoco has podido ver si el cielo estaba
nublado. No te has enterado de que hacia media mañana llovería y
has salido de casa sin paraguas.
Esta
mañana, cuando te has levantado, tenías miedo. Hace ya unos meses,
recibiste los resultados de la revisión médica del trabajo. En el
apartado del análisis de sangre, había varios asteriscos. Hasta
este año, el informe venía con un solo asterisco, el del
colesterol. Decidiste que esta vez harías caso a la frase final que
recomendaba visitar a tu médico de cabecera.
Te
dieron hora para varias semanas después. La víspera, desayunando,
cuando informaste a tus compañeros de que mañana llegarías tarde,
te dijeron por primera vez:
Has
escuchado esa frase un montón de veces. Al principio, te animaba
algo. Ahora te irrita. Hasta has fantaseado con comprarte una taza
con esa frase y colgar un vídeo en Instagram en el que la rompías
contra el suelo. No lo has hecho. No te gusta llamar la atención.
La
médica de cabecera leyó el informe. Te fijaste en su expresión
corporal para intentar saber si le parecía preocupante o no. Cada
mes debía de leer decenas de informes parecidos y el tuyo no le
afectó.
Saliste
del ambulatorio con una cita para sacarte sangre una semana después
y volver a ver a la doctora al cabo de una semana más.
Siempre
te ha costado explicar a los demás lo que te pasa. Solo tus
compañeros supieron que algo te ocurría porque tuviste que faltar
al trabajo. Cada vez que informabas de que al día siguiente
llegarías tarde, alguien acababa diciendo que ya verías, que no
sería nada.
Pues
no iba a ser nada, pero de la consulta de la médica de cabecera,
saliste con una cita para el especialista.
Siguió
la espiral de pruebas diagnósticas y siguió la espiral de tu estado
de ánimo: inquietud, nervios, preocupación y miedo. Esta mañana ya
tenías miedo. Durante el trayecto en autobús, no has mirado ni una
vez a las nubes que se estaban formando y no has pensado que
acabarías necesitando un paraguas. Cuando has llegado a la consulta
de oncología, el miedo ya se había convertido en pánico.
El
médico ha ido al grano.
Ha
seguido hablando, pero has dejado de escuchar cuando has escuchado
“Lamento”. El médico sabe que los pacientes no atienden a la
información que les dan en estas situaciones. Te ha ido dando unos
folletos en los que iba subrayando números de teléfono y
direcciones URL. Para que te informes con calma, cuando llegue la
calma.
El
miedo ha desaparecido. El miedo es hijo de la incertidumbre, y ahora
ya tienes certezas. Ya no tienes miedo que sea algo malo, ya sabes
que es algo malo. Ahora te domina el estupor.
Sales
a la calle.
Y
llueve.
Y, encima, llueve.
Y
no llevas paraguas. Te preguntas si dijeron que llovería.