miércoles, 23 de septiembre de 2020

El mal de Corcira

Leo esta novela coincidiendo con el estreno en HBO de la adaptación de Patria. No sé qué habrá pasado en otros ecosistemas, pero en el mío ha habido cierta polémica sobre la "neutralidad" de la obra de Aramburu. Como si fuese un ensayo histórico y no una novela. Por este motivo, no he podido evitar contaminar mi lectura de El Mal de Corcira con esa mirada: ¿será neutral Lorenzo Silva? Obviamente, no lo es. ¿Cómo va a serlo, si el protagonista es un guardia civil y está escrita en primera persona? Pero sí me parece equilibrada. Salen guardias civiles que hacen cosas malas y nacionalistas vascos que hacen cosas buenas. No esconde las barbaridades que se hicieron desde las fuerzas de seguridad. Pero que nadie espere que las equipare a las que hicieron los terroristas. Y en ese bando aparece un personaje que representa el fondo de la maldad, peor que cualquiera de los malos que salen en Patria: la maestra chivata que informa a un comando de que el padre de uno de los alumnos es guardia civil.

Por lo demás, una novela típica de Bevilacqua. Con un protagonista con más dudas, con menos Chamorro, pero, como siempre, una novela fiable. Reconocerás el paisaje, creerás reconocer el paisanaje y te lo pasarás muy bien leyéndola.

viernes, 11 de septiembre de 2020

117

 A finales de 2022, parecía que la pandemia estaba a punto de controlarse. Pero, regularmente, reaparecían pequeños brotes para los que los científicos no encontraban explicación. Muchos de nosotros empezábamos a sospechar la verdad. El 16 de febrero de 2023 lo publicaron: habían encontrado la explicación. Algunos individuos, por alguna extraña simbiosis, eran incapaces de eliminar el virus de su organismo sin desarrollar síntomas. Estaban siempre infectados. Yo era, mejor dicho, yo soy, yo sigo siendo uno de esos "contagiadores eternos" como nos bautizaron los medios sensacionalistas.

Cuando la doctora y la policía me informaron de que me tenía que aislar individualmente, me pareció normal. Llevábamos dos años con confinamientos intermitentes y pensé que era uno más. Me conectaba frecuentemente a internet buscando noticias. La vacuna se generalizaba, los tratamientos de los síntomas eran más eficaces... pero no aparecía ningún avance científico sobre los contagiadores eternos. Google sólo devolvía noticias de grupos de manifestantes que exigían medidas más contundentes contra nosotros: aislamiento total, esterilización... en algún momento alguien pediría nuestro exterminio.

En otoño de 2023 vinieron a buscarme a casa para trasladarme a una unidad de confinamiento. Un apartamento pequeño, muy confortable, con terraza, algunas máquinas de gimnasio, conexión de altísima velocidad, televisión de muchas pulgadas, acceso a Netflix, La Liga, Spotify... Pero sólo se abría y cerraba desde fuera. Los que exigían más control sobre los contagiadores eternos cada vez eran más y hacían más ruido. Los que protestaban por nuestra pérdida de derechos pronto encontraron una causa más popular y con más damnificados.

La psicóloga con la que hablaba por videoconferencia una vez a la semana me animaba a aprovechar las nuevas tecnologías para seguir una vida lo más normal y conectada con el exterior posible. También me sugirió ponerme en contacto con otras personas en mi misma situación e intercambiar impresiones. Un día, en una videoconferencia entre diez o doce afectados, una chica de Córdoba, en Argentina, empezó a expresar muy vehementemente lo que todos sentíamos. Estábamos encarcelados injustamente, teníamos que rebelarnos. Empezó a hablar de planes de fuga. No volvió a conectarse. Dos días después, leímos que en Argentina se había suicidado un contagiador eterno. Una semana después, Google dejó de darme noticias sobre enfermedades, Netflix dejó de ofrecerme documentales, desaparecieron los podcast de Spotify, en las narraciones de los partidos de fútbol el sonido se cortaba durante algunos segundos, no pude volver a conectarme con mis compañeros.

Desde entonces, estoy totalmente aislado del mundo. No sé que habrá sido de los demás. Entonces éramos 117.


sábado, 5 de septiembre de 2020

La noche del oráculo

Tienes un título que te parece muy chulo, pero no se te ocurre ninguna historia en la que ese título tenga sentido. Pues te inventas una historia en la que aparezca un libro ficticio y al libro ficticio le pones el título chulo, que, a su vez, te servirá de título para la novela. Lo hizo Ruiz Zafón con La sombra del viento y lo hizo Paul Auster con La noche del oráculo. Auster es, incluso, más rebuscado. El protagonista es un escritor, que escribe una novela sobre un editor al que le llega un manuscrito titulado, tachán, "La noche del oráculo". En este caso el libro ficticio ni siquiera es relevante. 

La novela narra los problemas creativos, económicos y personales de un escritor tras pasar una grave enfermedad. Una vida más bien anodina, con algún episodio casi mágico y unas últimas páginas trepidantes. Desconcertante y atractiva, como casi todo lo de Auster.