Siempre me había dado pereza enfrentarme a Saramago. Un premio Nobel, del que todo el mundo habla tan bien, con seguidores fanáticos. ¿Y si no le pillo el punto al mundo saramaguiano? Porque tenía la impresión de que era de esos autores tan originales que te pueden descolocar hasta repeler. Pues, una de dos: o he caído en el bando de los seguidores de Saramago o Saramago no es un autor tan difícil como temía.
La novela llegó a mis manos un poco por casualidad. Mi hijo iba a visitar Oporto y quería conocer la "Librería de Harry Potter", la preciosa Livraria Lello. Esta librería, a punto de ser devorada por su fama cinematográfica, tuvo que tomar medidas para rentabilizar los mirones y autoretratistas que espantaban a los lectores. Cobra entrada. Si te compras un libro, descuenta el importe de la entrada del precio del libro. Así que, para que a mi hijo le salieran gratis los selfies, le encargué un libro de Saramago.
- ¿Cuál?
- Cualquiera.
Me trajo el más barato de los que superaban el precio de la entrada. Así, mi dispendio no sería excesivo, y la visita le salió gratis. El inconveniente, para mí, es que no sé portugués. Seguro que me he perdido muchas cosas, pero me ha resultado mucho más fácil de lo que me temía.
La protagonista de la novela es la muerte, que, aburrida de su monótono trabajo, decide descansar. Lo que, en principio, parece una gran noticia para el país (cada país tiene su muerte particular); lo acaba sumiendo en el caos. Un libro que arranca sonrisas en cada página, que te hace rechazar cosas que te parecían obvias y fijarte en otras de las que no te habías percatado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario